Acerca del peronismo

Empezaré diciendo, para que se entienda de dónde es que hablo, que provengo de un matrimonio – para el caso, mis padres – él, ferviente antiperonista, un gorila de pura cepa, de lo más recalcitrante, y ella, mi madre, peronista inconfesa… Tengo 47 años de edad, soy hijo menor de una pareja ya grande; calculen que estos fenómenos ocurrían por el tiempo en que yo he nacido.
Bueno, y de eso surgí yo, fruto de una típica familia clase media argentina; mi madre tenía la mayor parte del tiempo para educarnos y adoctrinarnos; mi padre se la pasaba casi todo el tiempo fuera de casa, trabajando, pero era una masa, ideológicamente hablando, en el poco tiempo libre que le quedaba, y los fines de semana. Puede decirse que lo poco que mi madre se atreviera a inculcarnos de las ventajas del peronismo, mi padre se las arreglaba tranquilo para deshacerlo, en unas pocas horas.
En lo relacional, a mí me tocó padecer a mi padre, sobre todo en mi adolescencia (el apellido con que firmo mis escritos, y ya prácticamente hago casi todo, es el de soltera de mi madre); no obstante, no puede decirse que ella haya conseguido volverme peronista.
Tampoco él antiperonista. El escaso recuerdo que en lo personal tengo acerca de Perón y su historia, es, a partir de mis nueve años de edad, y por lo que se veía en TV y se leía en los diarios que llegaban a mi casa; esto es Campora y el regreso de Perón, del exilio, y el “ezeizazo”; y luego, María Estela Martínez de Perón, José López Rega y la Triple A, y la guerrilla, y finalmente, la última dictadura militar.
Mi mente se abre por primera vez en mi vida, a la realidad política, con la última dictadura militar en Argentina.
Con la dictadura, los partidos quedan proscritos; la actividad cívico-política de la índole que fuere, prohibida, y así, para alguien de la edad que yo tenía por entonces, la historia argentina antes de la dictadura queda encapsulada y reducida a la acartonada y encorsetada versión de los textos escolares de entonces, y de la revista Billiken (publicación infanto-escolar y de entretenimiento, de Argentina por entonces, por excelencia).
Con todo, como decía, ni mi madre pudo inculcarme su tímido peronismo, ni mi padre su exacerbado antiperonismo. Y de esto me percaté de manera temprana, y testigo como siempre fui de la terrible confrontación peronismo-antiperonismo (que llegara al derramamiento de sangre y a la criminalidad más abyecta, casi por tiempo indeterminado), que asoló a nuestro país, siempre tuve la sensación de que, por desapasionamiento, podría llegar a algún tipo de conclusión más o menos objetiva acerca de en qué consistió el fenómeno del peronismo.
Y no es que haya terminado por ser un estudioso del tema, ni mucho menos, ni quizás aún tenga una respuesta completa de lo mismo, pero, ante una temática tan variopinta en posibilidades, como de hablar (como se habla desde por lo menos el arribo a la democracia, en todos los foros) de la existencia de un peronismo de izquierda, de que si Perón era nacionalsocialista, si el peronismo está muerto, si hay un “neoperonismo”, etc., etc., etc., creo ya tener un panorama, un modo de ver todo este asunto, que se podrá estar de acuerdo o no con esta visión, pero al menos, ante tantas visiones encontradas, aspiro a que sea una versión, incompleta y discutible, quizás, pero desde donde se pueda debatir, intercambiar opiniones.
Hace poco oí decir por TV, al viejo Antonio Cafiero, un verdadero sobreviviente de la primera hora del peronismo, que “quien quiera entender a la Historia Argentina debe entender al peronismo”.
Sí, es posible, creo yo, como igualmente creo debe entenderse al radicalismo, al progresismo, al liberalismo, al socialismo, y a los fenómenos de izquierda que también hemos sabido tener en nuestro país, para poder entender a la Historia Argentina.
Pero en esa actitud mental revelada en lo dicho por Cafiero, creo está el meollo, la directriz de la conducta mental del peronismo, aquello de que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
El otro día, alguien en Facebook – un dirigente y referente peronista – recordó la novela No Habrá más Penas ni Olvidos, de Osvaldo Soriano.
El caso de Soriano es muy particular, porque habiendo declarado no ser peronista, y habiendo escrito esa novela muy crítica del fenómeno, aún desde la ficcionalidad, desde siempre ganó el respeto, al menos de peronistas y de gente de izquierdas.
El caso es que en Facebook el otro día, este referente del peronismo recordó, con emoción, la novela de Soriano, y enseguida la gente empezó a dejar sus comentarios al post original, y no va a mí se me ocurre participar y decir que esta novela podría ser una buena excusa, un buen pretexto, para que el grupo peronista actual, su aparato, su estructura, hiciera, a partir de ella, una autocrítica.
Enseguida alguien me respondió que (casi textual) por qué el peronismo tenía que hacer autocrítica, cuando había sido el único movimiento que había hecho cosas positivas por el país.
Bueno, es anecdótico. Se trataba esta persona de una usuaria común del sitio; no hay porqué tomarla ni como referente ni como representativa de nada. Sin embargo, pienso, trátese de peronistas o de cualquier otra cosa, de posiciones políticas o de la disciplina que fuere, filosóficas, religiosas, artísticas, y se sea del país del mundo al que se perteneciere, ¿quién puede a esta altura considerarse exento de una posibilidad de autocrítica?.
Este texto que aquí presento espero sea el primero de toda una serie de artículos acerca del peronismo, ya que no es un tema de por sí que pueda agotarse fácilmente, si es que acaso tiene posibilidad de ello.

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