Sobre el feminismo y otras militancias

Para mi amiga Lorena Kalemberg (ella tradujo los pies de las fotos) ¿Cuándo fue que se instaló la idea de que el hombre, para ser hombre (macho, eminentemente varonil) debía tener un apetito, una avidez sexual desenfrenada? Desde chicos, en el colegio, en el club, si no manifestabas una urgencia sexual desenfrenada, descontrolada (que solo podría satisfacerse someramente en la cantidad, por definición jamás podría ser en la calidad), cuando menos ibas a pasar por ser considerado “un tipo raro”, alguien que necesita de tratamiento psicológico, que suscita algún grado de desprecio, y hasta se puede llegar a considerar peligroso. Porque “es peligroso” que no sientas tales necesidades, las del común de los hombres (no en el caso de las mujeres… ¿por qué?). Y digo “someramente” por dos razones: 1º) Si acaso un hombre –en su imaginación– pudiera satisfacer plenamente su manifiesta voracidad sexual, esto sería por extenuación, casi por desmayo, o por quedarse dormido. Per...