'Cartas marcadas', de Alejandro Dolina



Entrevistado por motivo de la publicación de ésta, su primera novela, en el programa de TV Esta noche, libros, cuando el conductor Gerardo Rozín le preguntó de qué trataba el autor prefirió no responder, aduciendo que explicar de qué va una historia termina por crear un relato, una especie de “relato acerca del relato”, que así dicho a horcajadas de intereses presumiblemente publicitarios poco tendrá que ver con el original, lo que hasta podría resultar contraproducente a ese mismo interés de publicitar. Sea que tuviera razón, sea que en ese momento Dolina no tuviera ganas de responder de una manera más o menos escueta, más o menos complaciente, la verdad es que Cartas marcadas es una novela, dicho prontamente, excesiva, ligeramente rabelesiana, absurda, más surrealista que simbólica, con el foco puesto en las pretensiones y las falsas pretensiones –argumentales y estructurales– en lo ilusorio y lo aparente, en la búsqueda que nunca encuentra porque el objeto no está, en las ausencias.
Cartas marcadas es un libro de 531 páginas, multicoral y casi sin protagónicos, o donde los protagonistas son varios, que giran en torno de un objeto que parece ser el principal cuando en realidad es secundario, porque en realidad cada uno está demasiado ocupado en su propia historia, que a la vez es tácita e inconscientemente común, compartida por todos, en un mundo en decadencia, donde las jugadas más importantes parecen darse siempre en los lugares-umbrales, en la semi-vigilia, en la duermevela, en Flores y en otros barrios de Buenos Aires, pero también en París, en Marsella, en Abu Dabi, en la India y hasta en ciertos lugares cercanos al Polo Norte.
Se inicia la historia parodiando el género de “conspiraciones universales”, pero pronto se ve que ni la conspiración ni los conspiradores son tampoco tan importantes. Hay tachaduras en el texto que (buscándolas a través de todo el libro) incitan a una segunda lectura, a una parodia de mensaje subliminal (que tampoco tiene tanta importancia), hay capítulos que faltan y capítulos agregados, robados, falsificados, versionados, y la existencia de un libro (dentro del libro) del que poco se sabe. Hay texto en tinta verde, una partitura, una frase escrita a mano, diseño de naipe de póker para cada página inicial de capítulo, mucha puesta en escena.


Quienes estén familiarizados con la obra de Alejandro Dolina se sentirán como en casa y ante la obra quizás “definitiva” del autor.
Quienes nunca lo hayan abordado no va a ser ésta la mejor oportunidad para comenzar, lo mejor es que lo hagan por las Crónicas del ángel gris, aunque lo más probable es que ya todos lo conozcan por su programa radial, La venganza será terrible.
Alejandro Dolina es un ser melancólico, con un particular sentido del humor, absurdo y cínico. Está convencido de que el sino de la especie humana es trágico y que es el ámbito del amor romántico el terreno en que la idea mejor se prueba. El amante ama un ideal o una idealización, una ilusión, una figura esbozada y efímera, a la vez que se construye a sí mismo con las mismas características, no terminando por ser más que un mero fantasma. De fantasmas enamorados de fantasmas puede decirse trata la historia.
La ironía en la visión de Dolina es que en su universo no existe ni un ser feliz, ni un ser optimista, siquiera. La ausencia, permanente en su cosmología, tanto en el plano de una realidad (siempre aparente), como en la mítica, esa ausencia, es la de la felicidad y el optimismo, así, sus personajes se hallan siempre perdidos, en una búsqueda destinada al permanente fracaso o a la resignación, nada más que porque todo el mundo se mueve allí sin ninguna referencia de nada, porque si la felicidad no existe (ya ni siquiera en la ilusión de haberla alcanzado) todo lo demás también es ilusorio.
Miento: en la obra de Dolina los optimistas son “extras” sin cara y sin nombre, siempre agrupados, siempre fanatizados y violentos.
La ausencia de felicidad es lo único realmente importante, concreto y objetivo en esta filosofía, lo que parece ser un sin-sentido, una falla, porque si todo es ilusión, entonces incluso la ilusión de felicidad debería registrarse en alguna parte… ¿En las hordas fanatizadas? (un recurso demasiado fácil, o el libro debió tener el doble de páginas, me parece).
Esta filosofía es la derrota de Platón, el triunfo de lo dionisiaco sobre lo apolíneo. El fin del mundo termina en orgía, pero no en fiesta, meramente en una bacanal melancólica, cuando no angustiosa, siempre triste.
Su truco es el exceso, la repetición, leamos estas 600 páginas, que de cualquier manera no hay nada más importante que hacer, cabría como advertencia.
No es una escritura sencilla, a pesar de lo que puede aparentar, no conmueve fácilmente, el autor es muy diestro en insertar digresiones, distracciones, guiños a sus fans, y así la obra puede pecar de demasiado extensa. Pero como decía Borges, un cuento es la tontería de decir en treinta páginas lo que oralmente podría haberse dicho en tres minutos, así que entonces estaría justificado.
En todo caso, si el objetivo de Dolina era compartir su melancolía, lo logra. Si lo era divertir y por momentos hacer reír a carcajadas, también.
El autor remolonea una conclusión final: “el que gana pierde, el que pierde gana”, y agrega que “eso lo sabe cualquiera, está en todos los tangos”. El problema, tal vez, sea que termina recayendo en un formulismo o en una convención, de la que trata de escapar en todo el libro; ¿el poeta triunfa?, entonces perdió, dicho en sus propios términos, y si de ahí la renuencia a anticipar comentarios en la presentación de su obra, entonces el tipo es un sabio, pero es un sabio ciego, inmutable, que se consume en su propia sabiduría, casi como el pibe de barrio que cree que “jugándola de loser, de perdedor” será así como conquiste a más mujeres.
Bueno, Dolina siempre sostuvo que todo lo que hacemos los hombres es para seducir mujeres, incluso masturbarse, supongo.
No intento con lo que digo desanimar a nadie a la lectura de este libro. Esto no es más que un mero comentario.

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