La Guía Perversa del Cine: 'El Gran Dictador', de Charles Chaplin
Anoche, 14 de septiembre, el canal argentino de TV Encuentro
emitió la primera de las tres partes que componen el documental La guía perversa del cine, donde diserta
el filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Zizek, con una clara posición
freudiana, y en el que discurre un tanto alocadamente en el análisis
psicológico de películas tan dispares entre sí, como que va desde las perfomances regulares de los Hermanos
Marx hasta El Gran Dictador, de
Charles Chaplin; desde Psicosis y Los Pajaros, de Alfred Hitchcock hasta La Conversacion, de Francis Ford
Copolla, y desde El Exorcista, de
William Friedkin a Matrix, de los
hermanos Wachowski.
Las conclusiones a las que arriba Zizek pueden ser algo o
mucho descabelladas, cuando menos son coherentes, además de que a mí me fascina
todo aquello que me permite analizar algo de un modo diferente, desde
perspectivas ingeniosas u ocurrentes, cuando menos sea como ejercicio de
pensamiento paralelo.
En este caso me voy a referir puntualmente a lo que en esta
primera parte se expuso acerca de El Gran
Dictador, de Charles Chaplin, y se me sabrá dispensar si en mi exposición
se confunden las ideas vertidas en el programa con otras asociaciones
exclusivamente mías. En todo caso les dejo el link para que por ustedes mismos
puedan ver la primera parte de ese documental (hasta el momento de escribir
este texto el archivo no parece estar disponible para su descarga o visualización,
pero confió que así esté pronto).
En fin, comencemos describiendo los aspectos básicos de la película. Aquí Charles Chaplin compone a dos
personajes, el del barbero judío que no habla sino hasta la última escena de la
película, y el del sosías de éste, el dictador paródico de Adolf Hitler, que sí
habla durante toda la película.
Atendamos que Chaplin es un actor que se consagra en la época
del cine mudo, y de los pocos que mantiene su vigencia en el paso al sonoro. El Gran Dictador es la película donde
confluyen las dos dinámicas, la de los cines mudo y sonoro. El barbero judío es
el representante aún de aquella vieja modalidad, encarnando todos sus clichés,
mientras que el dictador es el elemento novedoso, verborrágico y bailarín de la
propia música amalgamada en la cinta (en la escena en que baila con el globo
que es el mundo entre sus manos, se oye Lohengrin,
de Richard Wagner).
Bien, se sabe que para el mismo Chaplin no dejó de ser
traumático el paso del silente al sonoro, aún cuando el mismo proceso hizo
sucumbir a tantos actores y realizadores que se vieron envueltos.
Chaplin –más consciente, más inconscientemente– reproduce la
crisis en el enfrentamiento entre el dictador y el barbero.
Son dos modalidades, son dos visiones del mundo completamente
diferentes, en la manera en que la cinematografía comprende el mundo. Y aquí
sobre este punto es necesario hacer una digresión. Hablemos un rato de Matrix.
Zizek repara en la escena en que Morfeo le hace elegir a Neo
entre una de dos píldoras, la roja sirve para permanecer en la ilusión, la azul para ver tomar consciencia de la realidad, de forma permanente. Pero muy oportunamente, Zizek observa que, “cinematográficamente
hablando”, al menos, falta una tercera pastilla, pongámosle la verde, que es la
que permitiría ver la realidad en la ilusión, que en definitiva, esa es la función
del cine.
Al margen de no existir la realidad completamente escindida
de lo ilusorio, Chaplin pone en conflicto estos dos estamentos, el de lo
ilusorio, la mudez, el barbero (el mundo real es sonoro) contra esta nueva
forma mucho más realista, la del cine parlante. Hasta entonces había sido
imposible retratar cinematográficamente a la realidad con mayor verosimilitud,
dada la carencia fundamental del sonido. Chaplin vislumbra entonces el alcance
horroroso de esta nueva posibilidad, que no es otro que el registro del horror
de la realidad.
Hasta entonces, el mal en el cine había sido pueril y tonto,
ingenuo y sin culpa, como de dibujo animado, payasesco. Con el agregado del
sonido el cine recupera la palabra y así el mal se vuelve culpable y criminal,
es el dictador, es Hitler.
El mensaje final de la película, siguiendo esta lectura, es
terriblemente oscuro, terrorífico. Aprovechando que el barbero judío es
prácticamente un clon del dictador, se le hace desaparecer a éste y se lo suple
por el otro, aprovechando además su nobleza para dar por descontado que así la nación
seguirá un curso correcto.
Es la escena final en que entonces por fin el barbero toma
la palabra. Es cuando entonces da el famoso discurso, que puede hallarse
trascrito por todas partes en Internet. Y mientras habla al público, al pueblo, se oye el mismo
murmullo de la masa vitoreante, el mismo que antes se oyera de cortina de fondo
a los discursos del dictador, igualmente, ahora entremezclado con el sonido de Lohengrin, de la escena de baile.
Es decir, el barbero ha tomado la palabra y con ello triunfa
el sonido sobre el silencio, el mal criminal sobre el mal ingenuo. El espíritu
del dictador se ha insuflado en el cuerpo del barbero, por más que sus palabras
sean de nobleza, su pureza se ha perdido. El barbero judío habla y el cine mudo
definitivamente ya no existe más.
Puede ser descabellado. Quizás Chaplin se esté revolcando en
la tumba el día que se estrenó este documental. En fin, pero no deja de ser una
manera inusual de analizar algo. Espero lo hayan disfrutado.
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