Borges, prólogos a Carlyle: Idealismo, nazismo y new age
La vez pasada, en un reportaje que se le hizo por
televisión, Alejandro Dolina decía de Borges que no se le puede valorar por su
ignorancia y mal entendimiento de lo que es la política, como por lo mismo
respecto del tango o del fútbol; “no se le puede juzgar a Borges por lo que no
es”, enfatizaba Dolina, en el sentido creo que de formas de pensamiento en
cuanto a estas cuestiones, que en el maestro fallan por sí mismas.
Leyendo y releyendo los libros de prólogos escritos por
Borges, cada vez me convenzo más de que Borges era una persona eminentemente
inmadura en un aspecto fundamental, posiblemente el emocional, rayando en el
infantilismo.
Esto no lo digo peyorativamente. En todo caso, a esto le
contrasta su genialidad al momento de realizar observaciones –creo que el mayor
porcentaje de esa genialidad se basa en sus observaciones– y de realizar
entelequias.
Borges era como un niño permanentemente azorado, perplejo y
sorprendido, que también de manera permanente descubre una y otra vez, cada vez
más, la horrorosa y maravillosa vastedad del mundo, del cosmos, y de sus
posibilidades.
Borges es antes que nada un comentarista, un mensajero, y a
fuerza de prestar atención también uno en ir armando el rompecabezas de su
obra, descubre que todos sus posicionamientos respecto a los diferentes
aspectos de la vida, él los había ido tomando de algún lado, generalmente de
las miasmas mismas subyacentes de la conformación de la historia del hombre, de
la realidad.
Así, resulta demasiado facilista y simplificador, por ejemplo,
decir que Borges era fascista. Resulta demasiado brutal, a la vez, no menos
cierto. Pero, ¿cómo es que en su pensamiento Borges llega a eso?, es lo que
trataremos de explicar, aunque sea fragmentariamente, en este artículo.
Borges escribió prólogos a dos libros de Thomas Carlyle, Sartor Resartus (algo así como “el
sastre remendado”) y De los héroes y el
culto de los héroes.
Borges dice de Carlyle que en principio se trataba de un
idealista, entendiendo idealismo como
“la doctrina que declara que el universo,
incluso el tiempo y el espacio y quizá nosotros, no es otra cosa que una
apariencia o un caos de apariencias”. Más tarde, en otro prólogo, el de La
muerte y su traje, de Santiago Dabove, Borges se declarará él mismo idealista,
dice que por culpa de Macedonio Fernández.
Toda la propia obra de Borges se halla atravesada por esta
cuestión metafísica y angustiosa del ser o no ser, que encuentra reflejos (para
el autor los espejos son objetos sino “diabólicos”, al menos “malditos”), en
Poe, en Lovecraft, en el mismo Cervantes; antes en Ovidio y finalmente en
Kafka. Es obvia la duda para alguien como él, que se halla de cara
permanentemente contra el cosmos como portento. Es ese mirar a las estrellas
una noche clara, para con cierta inspiración o melancolía sentir que no somos nada, que no
existimos. Desde este punto de vista, y bajo la definición antedicha, Borges
era también un idealista.
Más tarde Borges arribará más o menos a un corolario a toda
esta cuestión fundamental, más como una toma de decisión antes que por
revelación o descubrimiento de una verdad inobjetable, en su Elogio de la Sombra, creo yo, que la
felicidad de su sentido también me parece es lo de menos.
Es desde ese idealismo que Carlyle atribuye toda su obra a
un personaje legendario, como Cervantes hace a su Quijote a un autor árabe,
como luego Borges crea toda una literatura apócrifa, que incluye sendos e
inhallables recortes de la Enciclopedia
Britania. Es decir, gente que se mueve en un mundo de apariencias.
Pero para Carlyle el mundo de apariencias es de un tipo
especial: la farsa. Es ateo, su punto de vista es cínico. No obstante, según
apunta Borges observó Spencer, Carlyle abjura de la religiosidad de sus padres
para terminar adoptando la actitud de un calvinista rígido. Un ateo, sobre todo
cuando decide serlo, cuando se ha criado en un hogar religioso, necesita luego
llenar un hueco (o es que con la sombra, el ego, se negocia pero no se lo
niega).
Desde ese idealismo cínico que matiza un mundo de
apariencias en el subgénero de la farsa, Carlyle desarrolla una teoría de la
historia del hombre, en la que esa historia del hombre es un texto sagrado. Los
manuales escolares de historia, para Carlyle, son textos sagrados, que el mismo
hombre debe saber descifrar, escribir e integrar como personaje en párrafos
narrativos correspondientes. Claro, no todos los hombres tienen igual
preponderancia desde un punto de vista histórico, aquellos que constituyan los
“evangelios” de este texto sagrado, serán solo los genios. ”Un año después,
repitió en el Sartor Resartus que la
historia universal es un evangelio y agregó en el capítulo que se llama
"Centro de indiferencia" que los hombres de genio son verdaderos
textos sagrados y que los hombres de talento, y los otros, son meros
comentarios, glosas, escolios, tárgumes y sermones”, dice Borges.
Y luego cita a Carlyle: "La historia del mundo es la
biografía de los grandes hombres".
Siguen los textuales de Borges al respecto:
“Más importante que la religión de Carlyle es su teoría
política. Los contemporáneos no la entendieron, pero ahora cabe en una sola y
muy divulgada palabra: nazismo”. (…)
“Éste (Carlyle), en 1843, escribió que la democracia es la
desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan”. (…)
“…Anheló un mundo que no fuera "el caos provisto de
urnas electorales", ponderó el odio, ponderó la pena de muerte, abominó de
la abolición de la esclavitud, propuso la conversión de las estatuas
—"horrendos solecismos de bronce"— en útiles bañaderas de bronce,
declaró que un judío torturado era preferible a un judío millonario, dijo que
toda sociedad que no ha muerto, o que no se apresura hacia la muerte, es una jerarquía,
justificó a Bismarck; veneró, y acaso inventó, la Raza Germánica”.
Sin llegar tan lejos, la primera frase de la última cita nos
recuerda la definición borgiana de “democracia”: “Un abuso de la estadística”.
Como corolario a esta nota, Borges cuenta que el escocés
Carlyle encontró en el americano Ralph Emerson a un seguidor, que a su vez
deriva su corriente de pensamiento en algo llamado monismo.
No vamos a buscar la definición de diccionario para este
término, prefiero verter lo que el propio Borges dice al respecto:
“Nuestro destino es trágico porque somos, irreparablemente,
individuos, coartados por el tiempo y por el espacio; nada, por consiguiente,
hay más lisonjero que una fe que elimina las circunstancias y que declara que
todo hombre es todos los hombres y que no hay nadie que no sea el universo.
Quienes profesan tal doctrina suelen ser hombres desdichados o indiferentes,
ávidos de anularse en el cosmos; Emerson era, pese a una afección pulmonar,
instintivamente feliz”.
Valga para los seguidores de Depak Chopra y demás gurúes de
la nueva era. La New Age como continuidad del nazismo.
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