El escritor en la manada


Renuncian a sus individualidades, para pasar a constituirse en la manada, y entonces empiezan a actuar en consecuencia.
Porque ser parte de la manada les da seguridad, psicológica, emocional, material, porque “si más o menos todos pensamos, hacemos y decimos lo mismo, aquello que expresemos será ley”, considera la manada, y así se evitará cada integrante el ser observado, distinguido, señalado, juzgado. Me recuerda al “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”, del endemoniado de Gadarena.
Así, para la manada, el que no se integre a ella será porque sufre de complejo de Dios, claro, porque se individualiza, porque sigue sus propios criterios y es coherente con sus determinaciones, con sus ideales, con la propia filosofía de vida, la que se forjó aprendiendo de otras individualidades, de aquellos que escribieron libros, por ejemplo, porque “escribir es un asunto solitario”, como decía el viejo Ray Bradbury.
El tema del complejo de Dios, me resulta interesantísimo, porque a la única abstracción que ellos pueden considerar como a uno, individual, es a Dios. La realidad es Dios y ellos, el rebaño. Entonces, cualquiera que levante la voz para decir “eh, yo soy fulanito de tal”, y pretenda ser considerado y respetado como individuo, inevitablemente estará sufriendo de complejo de Dios.
No, escribir no es asunto para la manada. A veces lo logran sin grandes sobresaltos, cuando se dedican a aforismos pueriles, a poemas rosados, o a sus experiencias amatorias personales, que a nadie nada enseñan, que a nadie tiene porqué interesarles.
Pero suele ocurrir que los integrantes de la manada a veces suelen desear resultar controversiales, comprometidos, y ahí es cuando se equivocan, porque no pueden sostener ni por dos segundos ninguno de sus pretendidos argumentos, y no pueden hacerlo porque en definitiva no les pertenecen, les pertenecen a la manada.
Ojo, chicos, que la manada protege a sus partes hasta ciertos límites, hasta cierto punto, porque la manada – como cualquier corporación – en definitiva nada más defiende sus propios intereses; la manada siempre va a preferir perder alguna de sus partes, antes que el todo.
“Yo no hubiera escrito eso, si sabía que te ibas a ofenderte”, te dicen, y entonces, ¿la defensa del propio argumento, de la propia posición ante las cosas que hacen a la vida?, ¿dónde quedan?.
Pero la manada no puede atender estos aspectos, porque está siempre muy preocupada (no sé porqué) en parecer ser “muy chic” (dicho en sus propios términos), y en no enojarse. Ah, la manada jamás asume que el enojo es una más entre las cualidades humanas, y entonces, reprime, reprime y reprime, y claro, tanta contención a la larga o a la corta tiene que salir, explotar, por algún lado. Generalmente lo hace traducida en actitudes miserables, de odio reconcentrado y destructivo.
Por alguna extraña razón, la manada llama “oveja negra” al que no se asume a ella. O cada una de sus partes se asume como oveja negra, y entonces serán una manada de ovejas negras; lo importante es siempre situarse en frente – contra – el ser individual e individualizado, el que no le interesa ningún tipo de manada, sea ésta blanca o negra.

En el principio de los tiempos, un ser humano se volvía escritor, como consecuencia de haberse escindido de la manada – todos hemos nacido en alguna, claro – es así, el oficio de escritor ha de ser uno de los más solitarios del mundo.
Lo que no significa que los escritores seamos gente muy triste y desolada, che, no se pongan así tampoco ahora. No, los escritores solemos juntarnos – incluso hasta en parejas, y llegamos a formar verdaderas familias – en comunión de seres humanos, algo tan pero tan diferente a constituirse en manada.

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