Tarot y Alquimia: "El Diablo" y "La Torre"

Con "El Diablo" se inicia la tercera y última fase de la Gran Obra Alquímica, lo que conducirá al iniciado a la obtención de la "Piedra Filosofal".


Con el arcano XV, “El Diablo”, se inicia la tercera y última fase de la Gran Obra Alquímica, la llamada, “Obra al Rojo”. A partir de esta carta los arcanos mayores dejan de recibir correspondencia de los arcanos menores.

 

Acerca de arcanos menores

 

Los arcanos menores – literalmente, la baraja española – que en sus cuatro figuras representan a los cuatro elementos (oros, fuego; bastos, tierra; espadas, aire; copas, agua), en el mazo de Tarot cuentan por catorce cartas por figura, siendo el paje o la sota la carta número once, el caballero la doce; la Reina, trece y el Rey, catorce.
Para los primeros catorce arcanos mayores hay una correspondencia con las catorce cartas de arcanos menores, por cada una de sus figuras; es decir, por los cuatro elementos.
En una tirada ordinaria, decimos que los bastos respectan a la salud y acciones del consultante, las espadas a sus pensamientos e intelecto, las copas a sus emociones, y el oro a su aspecto sexual y su mundo de interrelaciones.
Toda esta correspondencia desaparece a partir del arcano XV, significando que el iniciado ha transmutado a los cuatro elementos en “quintaesencia” (es decir, en un solo elemento, que contiene las características integradas de los anteriores), lo que le confiere ya una situación especial respecto a cómo había venido desarrollándose hasta ahora en su labor. El gran viaje iniciático toca a su fin, en breve, y el viajero ya es un ser experimentado y dotado; ha conquistado la consciencia plena de la totalidad de sus partes componentes como ser, como persona; le ha sido revelado el misterio de la bondad y la potestad de su ser, como creación de la naturaleza. Se puede decir que ahora es “plenamente semiconsciente”, pues le resta una sola parte por descubrir. Ha conocido todo lo mejor de sí, ahora le resta conocer lo peor, al diablo que lleva en sí.

 

“El Diablo”

 

Junto a “La Muerte”, es la otra carta que más aprensión le causa a la gente, cuando aparece en una tirada. Los tratadistas, sin embargo, han intentado con mucho esfuerzo y no con demasiado éxito, desvincular el significado de esta carta del de Satanás, el diablo bíblico (sin embargo, luego se deciden buenamente a la analogía cristiana, al referirse a la carta de “El Juicio”).
El Tarot de Marsella es junto con el Egipcio uno de los dos mazos tradicionales, siendo aún aquel versión de este, el tradicional. Los nombres de los arcanos son los mismos para ambas versiones, si bien en el egipcio la carta de “El Diablo” suele recibir el nombre de “Pasión”, que quizás se ajusta de mejor manera a su significado.
A partir de esta carta cada vez se hace más difícil realizar una interpretación mayormente psicológica de la lectura alquímica que puede hacerse de la sucesión de arcanos, toda vez que “la trama”, en su alegoría empieza a cobrar ribetes de fábula. No obstante, el psicólogo Carl Jung nos ha dejado algunos elementos importantes, como para poder continuar en este sentido.

 

“La Sombra” y Carl Gustav Jung

 

Jung estableció bajo el nombre de “la Sombra” a aquel conjunto de rasgos psicológicos, de raíz inconsciente, que sin embargo afloran a la superficie, y que puede definirse rápidamente como “todo aquello de nosotros mismos que se nos vuelve horrible aceptar”.
Porque “la Sombra” es la suma de nuestros egoísmos, de nuestras más bajas pasiones, nuestros más bajos deseos y pensamientos, de esos que nos vienen a la mente en determinadas situaciones, que creemos ocurre solo fugazmente, que pensamos “enseguida quitarnos de la cabeza”, y sin embargo quedan ahí, sumidos en el inconsciente, reprimidos.
La “Sombra” es el ego, con la visión entre metafísica y romántica (pero no menos real) de concebirlo autónomo e independiente; es el Mr. Hyde respecto del Dr. Jeckyll, como tan magistralmente lo planteara el novelista Robert Stevenson.
La “Sombra” odia y es un yo más, dentro de nuestra multiplicidad de “yoes”, a quienes quizás odie indiscriminadamente. Pero la “Sombra” no puede matarnos, siendo como somos la base de su subsistencia. Tampoco nosotros podemos matar a la “Sombra”, al ego, si bien hay disciplinas que se autodenominan “esotéricas” que así lo predican. Matar a “la Sombra” sería lo más parecido a quedar en estado vegetativo, a practicarnos una lobotomía, pero esto ya es tema para otro artículo.

 

El iniciado y “El Diablo”; la caída

 

En esta etapa es entonces que el iniciado se encuentra con “El Diablo”, con su propio ego, con su propia “Sombra”, con todo de lo más oscuro y siniestro que hay en su interior, y que es parte de sí.
El viajero viene de conocer todas las partes más luminosas de su ser, de conquistas y victorias, lo que le ha conferido sin lugar a dudas una elevada opinión de sí mismo.
Es entonces que en el encuentro, en ese reconocimiento inexorable de que el mal anida en su ser, se produce la caída.

 

“La Torre”

 

El arcano XVI, “La Torre”, en algunas versiones recibe el nombre de “La Caída”, lo que nos parece más acertado su nombre, puesto que el significado se centra más en esa acción involuntaria que se suscita, desde la altura claro, pero no de un edificio sino de la del propio ego.
El iniciado ha descubierto al diablo que vive en él, eso le advierte de que aún es un simple mortal, común y corriente, a pesar de todo lo trabajado y aprendido, y eso le produce la caída. En la figura, un “rayo divino” proveniente del cielo destruye a la torre, lo que provoca el desmoronamiento; es “el castigo de Dios”, siente el iniciado.
Pero observemos que en la figura son dos los individuos que van a dar por tierra; el propio iniciado y su némesis, la “Sombra”.
La novela La Caída, de Albert Camus, es la alegoría perfecta de esta situación, desde un punto de vista, si se quiere, ordinario, aunque no se pretende decir con esto que esta fuera la intención del autor, al escribir su obra.

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