¿Qué es la felicidad?


El amor, el éxito, el poder, la inteligencia, la fama, todos los condimentos que parecen conformar la felicidad.


Todo el mundo persigue el amor y la felicidad, dos conceptos tan amplios como vagos y difíciles de dar respectivamente una definición completa y definitiva, como quizás no haya otros en la cultura de nuestra especie.
Todo el mundo también acuerda con que la felicidad se halla en el amor, pero de la observación directa y detenida se ve que cuando los individuos emprenden la búsqueda de una cosa y de otra, en general, parecen motivados por móviles diferentes, que atienden a necesidades del todo distintas.

 

Amor y felicidad

 

Básicamente, el ser humano busca compañía, pareja, por instinto básico de supervivencia, y ante la angustia que le provoca ser consciente de individualidad, en un espacio ilimitado – el universo – al cual no entiende de manera concretamente inteligible.
Pero el ser humano es también básicamente consumista. Consume todo lo que le rodea, empezando por el oxígeno, a otros seres, y de todo lo demás, aunque sea en parte, lo que le brinda impresiones psicológicas, lo que capta su atención. El ser humano, entre tantas otras definiciones específicas, podría decirse entonces es un ser “de apetitos diversos”, algunos de ellos psicológicos.
Con la vida moderna se comprueba que no alcanza con el hecho de ser amado y amar para ser feliz. Además hay que “realizarse como persona”; básicamente, esto es consumir.
Para consumir hay que tener, y en un mundo donde las relaciones son básicamente comerciales y donde el dinero en cantidad marca la diferencia en las posibilidades adquisitivas, para tener hay que progresar, escalar posiciones para tener más dinero; es decir, tener poder.

 

Problemas de estadística a este respecto

 

Por mucho que se intente, es muy difícil establecer una estadística acerca de lo dicho anteriormente, toda vez que la felicidad representa un bien supremo, y pocos se mostrarían dispuestos a admitir la propia tendencia a “comprar” felicidad. Pero si observamos y analizamos las directrices de la conducta humana moderna, desde hace unos tiempos, se deduce de inmediato cuál es la tendencia.
Hasta hace unos cuarenta años podía oírse decir el refrán popular de “contigo pan y cebolla”, que remitía a la conformidad y plenitud que una persona podía hallar en su vida, al encontrar su amor en pareja.
Con los años, las largas listas de usuarios de sitios en Internet sobre búsqueda de pareja, ponen entre sus requisitos de perfil frases tales como “económicamente solvente”, “con movilidad propia” (es decir, que tenga auto), además de que sea divertido, educado, culto, fino, inteligente y bonito.

 

La inteligencia al poder

 

Se tiene también la rara idea de que la inteligencia (por sobre la sensibilidad y la riqueza de espíritu) es el camino más directo al éxito y a la felicidad, sin que tampoco se comprenda bien qué significa ser inteligente, si se trata de ser un genio en física cuántica, o basta con ser elocuente, o apenas astuto.
No parece considerarse que una persona torpe o con cierta estrechez de comprensión intelectual pueda igualmente alcanzar el éxito y ser feliz.
En definitiva, que se trata de conceptos tan amplios como lo son el amor, la felicidad, la inteligencia, el éxito; términos que todo el mundo emplea, sin jamás detenerse a consensuar qué son.

 

Sonríe, Dios te ama

 

Otras perspectivas muy modernas apuntan a que el hombre por naturaleza nació para ser contemplativamente feliz, y que quien no lo considere así, es un torpe o un descarriado.
El asunto sería tan simple como “ponerse en sintonía” con cierta Ley de Atracción, que como por inercia nos pondrá en contacto directo con la Cornucopia.
La Ley de Atracción sería algo tan obvio y natural como la ley de gravedad, que tanto sirve para mantenernos asidos al suelo como para matarnos, de caer desde lo alto de un rascacielos. Nadie explica si no es la misma Ley de Atracción la que lleva a una víctima de asesinato a ponerse delante de su victimario, pero, en fin, no es el tema del que trata este artículo.

 

Felicidad, éxito, poder y la ilusión de fama

 

A mediados de los años ’60, el artista plástico Andy Warhol dijo – casi en tono profético – que “en el futuro, todo el mundo tendrá sus quince minutos de fama”.
Los medios masivos de difusión, a los que se añade la reciente Internet, han colonizado la vida cotidiana de los individuos, al punto de que una persona pasa más horas frente a la pantalla de una computadora que junto a sus seres queridos, y la TV participa de la convivencia diaria, como un pariente más.
En la vorágine consumista, el ser humano compra insumos, así como prospectos de vida. El famoso american way of life es un eslogan, y un modelo acabado acerca de cómo vivir.
La gente que se exhibe en la TV es gente feliz. Aun cuando se presenten para expresar sus sufrimientos y miserias, el hecho de aparecer ante las cámaras compensa a estas personas, con el regalo prometido warholiano, de los quince propios minutos de fama.
Todos los demás son divos, divas, gente eternamente rica y hermosa, que ganan fortunas solo por hablar y hacer las cosas que más les gustan, se trate de hablar de finanzas, de política internacional, o de su vida personal. La gente de la TV es gente feliz.
La aparición de sitios sociales como Facebook y Twitter, con la disponibilidad de asociarse en red con varios miles de usuarios a la vez, incluso, directamente con verdaderos famosos, se trate de artistas, deportistas o presidentes de estado, nos da una ilusión de ser nosotros también famosos, como nunca había ocurrido por otro medio.
Leemos en un foro de conversaciones (no de Suite101) a una persona que dice: “…desde que soy famosa…”. Esa persona se considera famosa por estar precisamente en ese foro, entre miles de tantos otros, diciendo esto que dice.

 

La paradoja de la felicidad

 

Alguien podría preferir vivir una vida completamente plena, más allá de que ello lo conduzca a ser feliz. Claro que de lograrlo, irremediablemente terminaría siendo feliz.

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