Misterios de la fundación de la ciudad de La Plata


Mitología urbana y curiosidad histórica se fusionan en la apasionante crónica sobre la fundación de la capital de la provincia de Buenos Aires, en Argentina


Desde que se planteara la necesidad de fundar una ciudad capital para la provincia de Buenos Aires, Dardo Rocha luchó por lograr la gobernación de la misma, en procura de ser él quien emprendiera la obra, pero sirviendo a los fines de los masones.

 

El fundador

 

Dardo Rocha era un hombre cuya posición en la masonería fue heredada a través de las generaciones. Había nacido en Buenos Aires, el 1º de diciembre de 1838. Teniendo apenas diez años de edad había estudiado latín en el Convento de San Francisco.
En 1855 cursó el primer año de Filosofía y al año siguiente fue designado Oficial Primero de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Participó en las dos guerras de Buenos Aires contra la Confederación, entre 1859 y 1861. En 1866 luchó en la Guerra contra el Paraguay y en 1869 se graduaría como abogado; en 1872 fue diputado y dos años más tarde, senador, antes ya había sido Ministro de Hacienda.
En 1881 asumiría la gobernación de la provincia, y dos días más tarde de la asunción, comenzaría a trabajar en el proyecto de la fundación de la ciudad de La Plata.

 

Pedro Benoit, el urbanista diseñador de la ciudad

 

Respecto de Pedro Benoit, había sido iniciado en la masonería por su padre, en la Logia Estrella del Sur, de Capital Federal (algunos autores aseguran que pertenecía a la Logia Filadelfia, y que su apodo en ella era el de Bolívar II).
De cualquier manera, luego habría pasado a la Logia Consuelo del Infortunio nº 3, y en 1885 iba a fundar la Logia La Plata nº 80, donde iba también a ocupar cargos y a representar ante la Gran Logia. Era amigo de Dardo Rocha.
La leyenda dice que se trata del mismísimo heredero de la corona de Francia, o al menos así lo fue su padre; es decir, que Pedro Benoit sería nieto de Luis XVI y de María Antonieta. Cuando la ejecución de estos durante la Revolución Francesa, el hijo de la pareja, Luis Carlos, habría sido entregado en custodia a una familia de pescadores de Calais, de apellido Benoit, que según la leyenda eran masones; luego, de adulto, el padre de Pedro habría venido a vivir a Buenos Aires.
Otro misterio en torno a Benoit, el urbanista, es que si bien siempre ostentó el título de Ingeniero, jamás pudo establecerse donde fue que obtuvo el diploma.
También está documentado que para el diseño de la nueva ciudad, como para el de la construcción de la Catedral y otros edificios igual de importantes, se iniciaron concursos públicos internacionales, los que sistemáticamente fueron declarados “desiertos” por las autoridades, para que enseguida pasara a ser Benoit quien se dedicara a la realización de dichas obras.

 

La fundación de la ciudad

 

El gobierno de Rocha recibió una fuerte crítica por el modo de emprender la obra, de diversos sectores socio-políticos, acusándole de despilfarro y “faraonismo”.
En principio, que el sano juicio hubiera dictado fundar la capital sobre un pueblo ya establecido, y no como finalmente Rocha lo realizara, a campo traviesa, construyendo desde cero, donde no había nada.
El mito urbano dice que ocurría que el gobernador seguía instrucciones directas de la masonería, donde el trazado de la ciudad, en el plano, debía presentar el dibujo simétrico de alguna figura de tipo cabalística (de hecho, se ha demostrado que el mismo plano contiene al Árbol de la Vida, o de los Sefirots, en su forma), una especie de mandala.

 

Incidentes inaugurales

 

La fundación de la capital de Buenos Aires se realizó el 2 de noviembre de 1882. Las crónicas de la época dan cuenta del escándalo de ribetes farandulescos que revistió a la gran fiesta inaugural.
Trenes hacinados de pasajeros asistentes a la ceremonia; el desprecio que le hizo el entonces Presidente de la República, el General Julio A. Roca, a Rocha (siendo como eran, opositores) al no asistir y enviar a un representante; el banquete boicoteado por los enemigos de Rocha, que hizo que los convidados se precipitaran sobre los pocos comestibles en buen estado, y los oportunistas que entonces vendieron vasos de agua a precios siderales.
La leyenda cuenta que por la noche, los opositores contrataron los servicios de una bruja, quien habría realizado un maleficio allí, donde fuera enterrada la piedra fundacional, lo que justifica los versos de Arturo Capdevila, que dicen: “Entonces, la fatigada multitud, pasada / de hambre y acabada de sed, viendo / salir el tren fastuoso de otros, / dejada allí a la buena de Dios, hasta / que el diablo dijera basta, no pudo / contenerse más tiempo, ¡oh, ciudad, / que nacías!, y volviéndose hacia el / área de tus proyectados muros, prorrumpió / en este grito de maldición: / “¡Muera La Plata!”. Así fuiste negada / y renegada el mismo día de nacer” (de Loores Platenses).

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