La historia del cine de comedia
La historia de un género que se incia prácticamente con la invención del cine mismo.
La invención del cine, del cine cómico y del gag (efecto cómico rápido e inesperado en un filme) como recurso, se da prácticamente al mismo tiempo, con el corto El Regador Regado (1895), de los hermanos Lumière, a la vez que se la considera la primera película de ficción del cine. En apenas cuarenta segundos en que dura la obra, el chiste trata de un chico que pisa la manguera de un jardinero, para gastarle una broma, para que el pobre hombre termine empapado cuando se pone a revisar su herramienta y el chico permita nuevamente el paso del agua.
El primer cómico: Max Linder
Situaciones risueñas ya se alternaban en las primeras películas de principios de siglo, tanto de Georges Mélies como de Ferdinand Zecca, por ejemplo, pero quizás sea el francés Max Linder el primero en imponerse, desde 1911, como el primer actor cómico del cine. El personaje que interpretaba era una especie de dandy juguetón, que imponía el caos en todas partes en que aparecía. Sus cortos se basaban en pequeñas tramas rudimentarias, donde se repetían las escenas de persecuciones (recurso que más tarde explotarían hasta el cansancio los Keystone Cops). Igualmente, Linder es el primero en realizar una parodia, la de Los Tres Mosqueteros, en The Three Must-Get-Theres (1922).
El éxito de Linder motivó la aparición de toda una seguidilla de imitadores, ninguno de gran calidad y que quedarían en el olvido.
Los Keystone Cops y Mack Sennett
A la par, en Estados Unidos, la compañía Keystone explotaba los cortos de los Keystone Cops (literalmente, “los polis de la Keystone”), que era, precisamente, un grupo de uniformados policías en su patrulla (siempre atestada por ellos) que en todos los casos emprendían alocadas persecuciones, con toda serie de tropiezos y accidentes espectaculares en medio.
Mack Sennet es el creador del gag de arrojar tortas de crema al rostro de los personajes, y su actuación sería la que poco más tarde decidiría a Charlie Chaplin a incursionar en el cine. Influenciado por Linder, Sennet fue un gran improvisador, e integró elementos del vodevil y del circo a sus películas, como así también chicas ligeras de ropas.
Charlie Chaplin, el ícono del humor
Sin lugar a dudas Chaplin es al actor más representativo del género cómico, de todos los tiempos. En sus obras desarrolló acentuadamente la trama argumental, confiriéndole incluso un trasfondo de denuncia social y política, que puede percibirse en la mayoría de sus cortos, así como desarrolló y sofisticó el recurso del gag, llevándolo a la calidad de arte.
Cómicos de mediano éxito
Pero que pasaron a la historia entre los grandes, fueron Mabel Normand (la primera mujer comediante), Roscoe Fatty Arbuckle (mayormente dedicado al público infantil); Chester Conklin (recordable por su mostacho), Ben Turpin (el “bizco”); entre los principales “villanos” a quienes debían enfrentarse estos “héroes”, se recuerda a Ford Sterling y a Mack Swain.
Buster Keaton, el gran incomprendido
Se inició como actor secundario en los cortos de Roscoe Arbuckle, pero enseguida consiguió el favor del público y de los productores y pasó entonces a protagonizar sus propias películas. Sin embargo, a la crítica nunca terminó de convencerle, comparándolo y favoreciendo de ello permanentemente a Chaplin, y Keaton no sería reconocido como el gran artista que fue, sino quizás hasta después de su muerte.
Chaplin admiraba a Keaton, prueba de ello es que muchas de sus películas fueran producidas en su compañía, United Artists, la que hubiera fundado junto con Mary Pickford, Douglas Fairbanks y David Griffith. Además del reconocimiento y homenaje que le rinde, al invitarlo a participar en una de sus últimas películas, Candilejas (1952), en la única escena jamás filmada que reúne a estos dos grandes cómicos, que resulta realmente desopilante.
En sus películas, Keaton se destacaba por mostrar permanentemente un gesto entre sombrío, inexpresivo y serio, y en sus argumentos, a diferencia de Chaplin, descarta la lectura política y sumerge a su personaje en un mundo caótico, donde no es ya él quien lo genera, sino el que lo padece.
El humor de Keaton es mucho más sutil que el de Chaplin, y quizás, el que se preste a una mayor exégesis. Seguramente, si no hubieran sido contemporáneos, este artista hubiera obtenido un mayor reconocimiento.
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