'Hacedor de Estrellas', de Olaf Stapledon


Una novela cosmogónica, que es un tratado de filosofía metafísica en sí misma; una verdadera joya de las publicadas en español por Editorial Minotauro.


Alguna vez el escritor Ernesto Sábato aconsejó no escribir libros de ensayos sino novelas con las ideas que nos fueran surgiendo, siendo que los primeros pueden criticarse y rebatirse en sus postulados, mientras que así no ocurre con la ficción; en este sentido, la ficción es impune.
No han sido pocos los escritores que abordaran la novela, de este modo, como pretexto para exponer sus ideas en forma de tratados, sobre todo cuando las mismas no guardan demasiada base lógica, al menos desde un punto de vista científico.
De esta clase de libros es que trata el "Hacedor de Estrellas", de Olaf Stapledon.

 

 “Hacedor de Estrellas”, de Olaf Stapledon

 

Fue parte de la colección de la excepcional Editorial Minotauro (aquí en Argentina, subsidiaria por años de Editorial Sudamericana), que reunía en su mayoría títulos de ciencia ficción y fantasía, y otros “incatalogables”, como las "Historias de Cronopios y de Famas", de Julio Cortázar, las "Cosmicómicas", de Ítalo Calvino, o el presente libro del que tratamos, que fue prologado nada menos que por Jorge Luis Borges.
Precisamente, en este prólogo, comparándolo con Francis Bacon y con Edgar Poe, Borges dice de Stapledon: “La mayoría de los colegas de Stapledon parecen arbitrarios o irresponsables; éste, en cambio, deja una impresión de sinceridad, pese a lo singular y a veces monstruoso de sus relatos. No acumula invenciones para la distracción o el estupor de quienes lo leerán; sigue y registra con honesto vigor las complejas y sombrías vicisitudes de su sueño coherente”.

 

Historia de “Hacedor de Estrellas”; una novela cosmogónica

 

Narrada en primera persona – nunca se dirá el nombre del protagonista – la historia comienza cuando este, una noche de tribulaciones existenciales, sale de su casa a dar una caminata como para despejar la mente. Atraviesa un bosque y va a sentarse a orillas de un río, iluminado por la luz de la luna. Es entonces que experimenta una suerte de rapto, de trance, un viaje astral del que tratará toda la novela, contenida en este voluminoso libro.
Debemos aclarar que en ningún momento se nos dice que se trata de un viaje astral, del modo que corrientemente podemos entenderlo, pero su descripción de la experiencia coincide en todo con las ilustraciones que se hacen de estos fenómenos, en los libros que los tratan.
En este viaje el protagonista atraviesa universos y sus historias, visita civilizaciones de diferentes galaxias y épocas; conoce especies vivas de todas las naturalezas imaginables, más o menos humanoides, más o menos racionales, e interviene y participa en sus historias; presencia el auge y la decadencia de esas mismas civilizaciones, hasta sus desapariciones, acompañado todo de un lenguaje poético que vuelve épica a la trama, una verdadera tragedia clásica y cosmogónica.

 

“Hacedor de Estrellas” y “El Aleph”, de Jorge Luis Borges

 

Ambas historias tienen el punto en común de tratar la misma posibilidad de poner a un hombre en contacto directo con lo infinito, lo eterno y lo inmanente; en "El Aleph", de contemplarlo, en el de Stapledon, mucho más trascendente – y quizás más utópico – de participar de ello, de experimentarlo.
En el caso de Borges el protagonista sigue siendo el mismo mediocre de antes, luego de entrar en contacto directo con la manifestación objetiva de Dios. En el caso de Stapledon, el mismo pierde identidad terrenal, se vuelve o comulga con el arquetipo de sí mismo. Los dos casos son profundamente dramáticos y angustiosos, siempre el ser humano es “uno y su circunstancia” (como lo definiera Ortega y Gasset) – de lo que realmente trata el hecho de ser humano – la consciencia de sí y del entorno imbuida en la más objetiva y profunda soledad.

 

El “Hacedor de Estrellas” es Dios

 

Pero Stapledon va aún más lejos que Borges, y luego de dejar que su protagonista experimente total y cabalmente el universo creado – la manifestación de Dios – entonces le permite – no le resta más – que ponerlo en contacto directo con el origen de esa manifestación, Dios, el Hacedor de Estrellas, al que experimentará también en su dimensión eterna, infinita.
Aquí entonces Stapledon describe a un Dios en tres fases de evolución, una inmadura, una madura, y una tercera de orden mayor, trascendente y definitiva. Por cada fase Dios crea una clase de cosmos, sofisticándolos cada vez más unos respectos de los anteriores, pero interrelacionándolos.
Son tres cosmos, tres realidades completamente análogas a las de la música. El primer cosmos es el de los ritmos; el segundo cosmos el de los tonos y semitonos, las melodías; el tercer cosmos es el de la armonía.
Los tres cosmos se interrelacionan e interpenetran, tejiendo la gran trama del universo en el que vivimos, con sus grandes tragedias, las propias de cada cosmos, y las generales.
En la edición argentina se publicó en forma de apéndice unos esquemas creados por el autor – producto de su obsesión, seguramente – unas líneas de tiempo representando la sucesión de eventos, desde las creaciones de cosmos del Hacedor de Estrellas, continuando por cada uno de los episodios que se narran en la novela; un detalle que recuerda quizás a los mapas de la “Tierra Media” incluidos por J. R. R. Tolkien, en su "Señor de los Anillos".
La obra de Stapledon, sin mayores pretensiones que se sepa, de parte del autor, culmina por ser un tratado de filosofía metafísica, con cierta verosimilitud respecto de "Relatos de Belcebú a su Nieto", de G. I. Gurdjieff, por ejemplo, pero redactado en una prosa poética que resulta amable al lector, si bien su contenido en determinado momento resulta altamente angustioso.

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