Apareció María Teresa, la protagonista (real) de un corto de ficción
Hace unas
semanas apareció en Youtube un cortometraje de ficción hecho con material real.
El realizador del corto halló dentro de una contestadora telefónica usada que
compró en una feria, un mercado de pulgas, una cinta que contenía un singular
registro de voz.
En él se oía
la voz de una mujer, María Teresa, se anunciaba cada vez a sí misma, intentando
dar una y mil veces, hasta el hartazgo, con Enrique, un hombre que a todas
luces no quería saber nada con responderle. Las llamadas-monólogos se suceden
casi ininterrumpidamente en un lapso algo menor de 24 hs.
En el corto,
una actriz que representa a María Teresa mira a la cámara y actúa haciendo
playback de ese testimonio real, verídico, histórico. El resultado es
contagiosamente angustioso, además de la incomodidad de observar un hecho de la
intimidad de alguien, un hecho triste por lo solitario, por lo patético del
interés contra la indiferencia, el de una mujer adulta que no se entera que
alguien no quiere saber nada con ella, en tanto no se le diga expresamente, con
palabras.
Finalmente –y
ya evidentemente harto– aparece por último Enrique con su voz, para
responderle, entonces la reacción de María Teresa es de sumisión total.
A no
confundir, es la historia de una obsesión, no una historia de amor.
Antes de
continuar con esta nota, aclarar que lejos está la intención de cuestionar la
intencionalidad del realizador del cortometraje, al menos por ahora (“el
problema no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con eso”, me decía el otro
día una amiga). Agregar que desde la aparición de ese corto en Youtube se
propagó de forma viral en pocos días.
Hoy día 22
de agosto de 2013, el diario Clarin, en su versión online, saca una nota con el
título Apareció María Teresa: la mujer
real detrás del corto furor en la web, la mujer vive en las afueras de la
ciudad de Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina; tiene hoy 75 años de edad y
dice que aquella cinta grabada data de 1998. Su relación con Enrique sigue
siendo la misma, su vida no parece haber cambiado en nada.
Los derechos
de las personas son inalienables, no sé si legalmente lo son todos, pero sí al
menos los fundamentales. Inalienables significa que nadie puede renunciar a algunos
de sus derechos, ni siquiera voluntariamente. El derecho a la vida es
inalienable, por eso intentaremos detener a quien trate de suicidarse, porque
nadie tiene derecho a desprenderse del derecho de permanecer vivo. Nadie puede
renunciar a su identidad, carecer de identidad, ni siquiera voluntariamente.
Probablemente
a María Teresa no le importe, quizás hasta le divierta el hecho de haberse “vuelto
famosa”. Probablemente ahora la veamos pasearse por los programas de televisión,
dar entrevistas, quizás hasta participe en algún programa como actriz.
El diario
Clarín encontró a María Teresa, la encontró porque primero la buscó, claro. Hace
pocos días fue hallado el 109º hijo de desaparecido durante la última dictadura
cívico-militar. Clarín no encontró a ninguno de esas 109 personas, por cierto.
Recuerdo la
película El hombre-elefante (en estos
días se estrena una versión en el Teatro Astros de Buenos Aires), aquella
escena en que acosado por la turba, desesperado, John Merrick grita: “¡No soy
un animal!”. No, claro, no lo era, los animales no hablan ni reclaman por sus
derechos.
Las ferias
de fenómenos, los freaks show, de itinerantes han pasado a instalarse en los
plató de televisión. Nos hemos convertido todos en voyeurs y tu vida se puede
convertir en un reality show en cualquier momento, basta que te dejes una cinta
olvidada dentro de una contestadora que vas a descartar por vieja.
El problema –dicen,
nos quieren hacer creer– son los satélites con los que saben de nuestras vidas
en cada detalle, con los que nos vigilan.
La vida y la
condición humana son de por sí patéticas, finitos como somos dentro de una bola
con centro en todas partes, borde en ninguno, que quién sabe no se trate todo
así de un enorme sin-sentido. Podés encogerte de hombros y decir que no sos
filósofo ni religioso, y está bien, no es obligatorio ser moral. Pero sí lo es
ser ético. La ética es al ateísmo lo que la moral a la religión.
Gracias por la atención. Prosigamos.
Comentarios
Publicar un comentario
Tu mensaje será revisado para su posterior publicación (o no).