'Los hombres que no amaban a las mujeres', de Stieg Larsson
"Esto
no es una novela de detectives, donde todas las malditas piezas tienen que
encajar", dice Mikael Blomkvist, protagonista de Los hombres que no amaban a las mujeres, primera entrega de la
trilogía Millenium, junto a las otras
dos novelas, La chica que soñaba con una
cerilla y un bidón de gasolina, y La
reina en el palacio de las corrientes de aire. Lo dice casi al finalizar el
libro.
Stieg
Larsson, su autor, murió en 2004, antes que su obra viera la luz de la edición.
Alguien vio la veta. O en todo caso, desde Franz Kafka o John Kennedy Toole, se
perfila un sub-género de literatura póstuma, que solo en el caso de Kafka
parece necesario.
Digo,
¿alguien hubiera publicado la trilogía Millenium,
de no morir su autor?
Alguien
debió advertirle que sí, que eso era una novela de detectives, donde todas las
malditas piezas debían encajar. La literatura es una de las artes primarias, y
cualquier arte nació para embellecer la vida, la realidad, que casi siempre se
expresa en forma de esbozo, de intención; la realidad no tiende a la
consumación, sino a la sugerencia, de ahí es que las sociedades viven en tales
estados de frustración. De eso se ocupa el arte, de evidenciarlo, de
denunciarlo, finalmente, de embellecerlo lo más que se pueda.
El arte es
para darle al mundo la ilusión, la promesa, de una realidad concreta y acabada.
Una historia
de ficción no se vuelve más verosímil, más creíble, si "todas las malditas
piezas no encajan", como ocurre en la realidad; para leer sobre lo
inacabado compramos todos los días el diario.
Cuando a
principios del siglo XX nace la novela negra, el policial negro, de la mano de
autores tales como Raymond Chandler, James Hadley Chase, Patricia Highsmith y
tantos otros, lo hace para volver más verosimil al género, respecto de lo que
lo había sido con Poe, Conan Doyle, etc. Ya no se trataba de descubrir quién le
había robado las joyas a la abuela. El policial negro nació con la pretensión
de denunciar el lado oscuro de la sociedad, la marginalidad, el lado siniestro
de la naturaleza humana, de cualquier modo, ninguno de sus cultores se hubiera disculpado
de que "las malditas piezas no encajen", precisamente, porque solo se
trataba de novelas policiales, después de todo.
El libro de
Larsson es el ejemplo típico de que no basta con tener una buena historia (en
su caso, El misterio del cuarto amarillo
llevado a las dimensiones de una isla, dicho por él mismo), un par de buenos
personajes, ni siquiera, un buen discurso narrativo. No basta con sólo eso para
tener una buena novela.
La novela de
Larsson está plagada de lugares comunes, de trivialidades, de superficialidades,
de muestras de entusiasmo adolescente del creador ante su obra ("uh, ¡este
caso es endemoniadamente brillante!"); de diálogos insustanciales, de
datos innecesarios, como con qué tipo de módem los personajes se conectan a
Internet.
En el mejor
de los casos, con la mejor voluntad, parece un borrador de primera escritura,
algo que hubiera demandado algún tiempo elaborar y dejar en óptimas
condiciones: principalmente, borrar todo lo que le sobra y ahondar en lo
medular del caso, mayormente, en la psicología de los personajes.
Resulta
irritante que Mikael Blomkvist no postergue sus prácticas de gym en medio de la
investigación por un asesinato, que se detenga a desayunar cada vez que llega
la hora, desviándose del camino. Incluso resulta irritante que sea tan típicamente
"winner" (siempre el protagonista de un buen policial negro es un
antihéroe), un tipo con tres amantes, de manera liviana, sin mayores
compromisos emocionales, y con el chiste oportuno cada vez que lo amerita. Nada
de esto es verosímil, no siempre resulta verosímil que los personajes vayan al
baño, a veces es preferible que no se duchen, que no coman, que no duerman, que
se muestren obsesivos. En todo caso hubiera sido mucho más interesante ver la
transformación del personaje, de una forma a otra.
Lisbeth
Salander, la co-protagonista, que para los fans de este autor se ha vuelto un objeto
de culto, se resuelve demasiado fácil en unos cuantos piercings y tatuajes,
para darnos a entender rápidamente que es una personalidad difícil de entender
y de relacionarse. No necesariamente tiene que decirnos mucho unos cuantos piercings
y tatuajes, no es así como se construye un personaje, nunca es muy aconsejable
darle al lector un retrato muy acabado, es preferible permitirle que él se
construya su propia imagen del personaje. Hay un maniqueismo del autor sobre
este personaje, en por momentos hacerle ver como a una perfecta idiota, otras,
como a un ser deslumbrante, sea como fuere que le conviene a la trama.
Lo mismo
ocurre con el villano –de quien no diremos aquí su nombre– de quien no se
analizan los detalles de su perversión; “es el tipo malo, ustedes ya saben”,
parece decirle Larsson a sus lectores.
El fárrago
de diálogos repetidos, de análisis inconducentes, de detalles porfiados, hace
morosa a la lectura, le resta timing, ritmo, a lo que debe ser una novela de
suspenso, es decir, que te robe horas, que no te de sueño.
A diferencia
de la mayoría de otros artistas, el escritor trabaja a solas, aún, a diferencia
del artista plástico, el escritor "no ve" lo que está haciendo, sino
en la instrospección; el escritor debe internarse en sí mismo para ver en qué
está trabajando y cómo lo está haciendo, debe ver “la película” que se está formando
en su cabeza, cuando no en sus vísceras.
Pero esto no
es algo que no le ocurriera a Dostoievski, a Melville, a Julio Verne o a Poe, o
a cualquier autor clásico creador de obras perfectas, indiscutibles en
cualquier de los sentidos de lo que vengo desarrollando. Claro que les ocurría,
pero sabían de antemano que iba a suceder, entonces, una vez redactado el
primer borrador, se sentaban y trabajaban sobre lo escrito, lo criticaban, eran
impiadosos. Hay que saber ver el lado ridículo que de forma inherente tiene
cualquier intento de obra de arte, para poder equilibrarla.
Y no solo
eso, en las editoriales existía lo que se llamaba el corrector de estilo, que
era quien ayudaba al autor a ver aquellos detalles que se le escapaban. Por
decir un nombre, la Editorial Penguin de principios de siglo jamás hubiera
permitido que un libro como el de Larsson saliera a la venta, no con su
patrocinio al menos, y ninguna otra editorial lo hubiera aceptado.
Lo que
significa nada más que hoy día las editoriales venden sus libros como una
chacinería sus embutidos. Que tenga muchas páginas y una cubierta bonita, hará
aparentar que se trata de un libro importante. Lo lanzamos por tres y tenemos
un éxito de mercado para los próximos años, la versión en fílmico le dará mayor
alcance. Hoy día se hacen libros para poder hacer películas, se hacen películas
para poder hacer videojuegos, se hacen videojuegos para poder vender
merchandising. Como dijo una vez Charly García: "Soy músico porque quiero
ser modelo".
"Millenium",
que da más a trilogía de ciencia ficción antes que de policial negro. "Los
hombres que no amaban a las mujeres", cuando más bien la historia narra de
tipos que las odiaban; ni los títulos se sostienen.
Difícilmente
vaya a leer los libros que completan la trilogía. Algún verano de 50º a la
sombra, quizás, que no dé para levantarse de la cama, y me halle muy, muy
aburrido.
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