Borges: Prólogo a 'Bartleby' de Melville y el tema del infinito
El infinito fue aún en su propia obra un tema de obsesión
para Borges (recuérdese nomás su Libro de
Arena, o Funes, el memorioso), no
desde un punto de vista religioso, desde ya, aunque no pudiera el asunto dejar de
connotar cierto grado al menos de misticismo. Tal tema no podría dejar de
hacerle interesar por la obra de Lewis Carroll, de Franz Kafka, y cuando menos,
por el Moby Dick de Herman Melville.
Medio prólogo del Bartleby
está dedicado al tema de la ballena blanca. Moby
Dick es una novela cosmológica, del mismo modo que lo es el Hacedor de Estrellas, de Olaf Stapledon, aunque probablemente mucho
más alegórica que ésta (otro ejemplo de novela cosmológica, pienso ahora, Rayuela, de Julio Cortázar).
Respecto de Moby Dick,
Borges discrepa con los críticos que han visto en esa historia la vieja lucha
del bien contra el mal, para apuntar que más bien “…el símbolo de la ballena es
menos apto para sugerir que el cosmos es malvado que para sugerir su vastedad,
su inhumanidad, su bestial o enigmática estupidez. Chesterton, en alguno de sus
relatos, compara el universo de los ateos con un laberinto sin centro. Tal es
el universo de Moby Dick: un cosmos
(un caos) no sólo perceptiblemente maligno, como el que intuyeron los
gnósticos, sino también irracional, como el de los hexámetros de Lucrecio”.
El cosmos de los ateos es un caos, en el de los religiosos,
piénsese otra vez en la obra de Stapledon, es un orden.
Y es verdad, el laberinto es el axioma, la posibilidad de un
pensamiento a-religioso acerca de la infinitud. El laberinto se encuentra en la
propia obra de Borges –Las ruinas
circulares, El jardín de senderos que bifurcan– como en la intrincada
burocracia kafkiana o en los argumentos pesadillescos de Alicia.
La singular observación que Borges hace respecto de Bartleby es que éste es a la novela
psicológica lo que Moby Dick a la
novela de aventuras. Bartleby, ya el personaje, es (en sus propias palabras) un
“cándido nihilista” mientras que el Capitán Ahab era un maníaco-obsesivo.
Bartleby prefigura
a Kafka, dice Borges, y se arriesga a afirmar: “Es como si Melville hubiera
escrito: ‘Basta que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para
que lo sea el universo’". Eso ocurre en Kafka, sin lugar a dudas, en cuyas
historias los torturados protagonistas, aunque con protestas, aceptan
irracionalmente sus irracionales destinos, designados, diseñados o perpetrados
por sistemas y burocracias igualmente irracionales. Borges agrega que Bartleby no pudo ser cabalmente
comprendido hasta la aparición de Franz Kafka, sino por un relato afín y
temprano de Joseph Conrad.
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