Borges: Prólogo a 'La invención de Morel', de A. Bioy Casares
En este prólogo, Borges empieza por decir que existen dos
tipos de novelas, la novela psicológica –le llama él– o característica, y la
novela de aventuras o de peripecias. La primera propende ser informe dice él y
que los rusos prueban que no hay nada que le sea imposible, ni siquiera la
contradicción, mientras que señala que la aventura carece de argumento, siendo
quizás el devenir de los protagonistas de un lado para el otro, de un episodio
para el otro. Para 1882, Robert Louis Stevenson –autor de novelas de
aventuras, si los hay– reconoce que el ánimo del público para con esta clase
de literatura tiende a ser de desprecio, y Borges agrega que eso se extiende
hasta 1940, donde habría un renacer por la novela de peripecias.
Está hablando del enfrentamiento y la discusión del
mainstream (y el “bum” americano de los ’50) contra el género; la novela “de
autor” contra la folletinesca (la literatura “de elite” contra la más popular),
que en algún lugar se extiende hasta nuestros días.
Por los prólogos que a diferentes libros dedicara, no es
antojadizo pensar que a Borges le interesaba ambos tipos de literatura –prologó, para el caso, tanto a Dostoievski como a Herbert G. Wells– sin
embargo, en una apreciación parece aquí inclinar la balanza a favor de la novela
agenérica, o “psicológica”, como él le llama.
“Stevenson es más apasionado, más diverso, más lúcido, quizá
más digno de nuestra absoluta amistad que Chesterton; pero los argumentos que
gobierna son inferiores. De Quincey, en noches de minucioso terror, se hundió
en el corazón de laberintos, pero no amonedó su impresión de unutterable and
self-repeating infinities en fábulas comparables a las de Kafka”, dice.
Es sabido que entre las novelas de género, Borges sentía
especial predilección por el policial, aún, por el policial negro.
La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, guarda íntima
relación con los cánones de este tipo de género, aún, en el marco de un
ambiente alucinatorio.
Refresquemos un poco la trama: Un prófugo de la ley escapa
del continente a una isla, que pronto descubrirá habitada. Primero rehuirá por
un tiempo mediano la atención de aquellos, pero luego, al intentar establecer
comunicación, incluso tardará en advertir que tal empresa presenta no poco
serios inconvenientes…
La novela de Bioy Casares es de género, policial no tanto
porque se trate el protagonista de un prófugo, de un delincuente, como porque
hay un misterio que resolver, y ese misterio precisamente se relaciona con la
incursión del argumento en un nuevo género, el de la ciencia ficción, algo que
ya promete su título en una clara alusión a la novela de Robert L. Stevenson,
La isla del Dr. Moreau.
“En español, son infrecuentes y aun rarísimas las obras de
imaginación razonada”, dice más adelante Borges, y en esa frase creo se conjuga
la predilección del maestro por literaturas de un ámbito u otro. A Borges le
atraía lo raro, por eso pudo ser también muy cínicamente duro con autores del
mainstream, aún cuando se supone que es su ámbito favorito, por ejemplo como
cuando llega a decir del pobre Honore Balzac, en el mismo artículo, “la
"psicología" de Balzac no nos satisface; lo mismo cabe anotar de sus
argumentos”, aún cuando se lo atribuye a Ortega y Gasset.
Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges fueron amigos
íntimos. El primero escribió novelas cuando el segundo no lo hizo jamás. El
primero se declaraba un escritor mediocre, a causa de reconocerse un hombre
“feliz”, siendo que el verdadero arte literario es trágico, cuando menos apela
a la tragedia, algo que él desconocía. Tampoco Borges admitía ser él mismo un
escritor sublime, pero no lo hacía desde otra posición, la de la humildad o
falsa humildad; al contrario, Bioy Casares estaba convencido de no ser un gran
escritor.
Y no era para menos. Era amigo además del mejor escritor que
quizás haya dado la lengua castellana. Borges, del mismo modo que podía
prologar tanto a Chesterton como a Ray Bradbury, también se asimilaba a
escribir cuentos en colaboración con su amigo.
Cuando más tarde a la publicación de La invención de Morel,
Bioy presentara su otra novela Diario de la Guerra del Cerdo, que trata de un
Buenos Aires hipotético, donde los jóvenes salen a asesinar a sus mayores,
Borges opinó, más o menos con estas palabras: “Es excelente. Ahora habría que
probar con una hipótesis a la inversa, la de una sociedad en la que los mayores
salen a asesinar a sus hijos”.
Y esto revela que en Borges siempre estaba la propensión y
la atención puesta en la posible realidad de una síntesis de la fusión entre
psicología y peripecia, algo que se da en los mitos, “género” o forma literaria
de la que él es tan afecto, porque es verdad, existe el mito del padre que
devora a sus hijos, no a la inversa, algo que luego trágicamente se proyecta a
la historia de la humanidad. Esta síntesis luego se produce en la ciencia
ficción de las Crónicas Marcianas de Bradbury y en la fantasía cosmológica del
Hacedor de Estrellas de Olaf Stapledon, libros ambos a los que Borges también
les redactara sus respectivos prólogos.
Borges cierra su prólogo al libro de su amigo, diciendo: “He
discutido con su autor los pormenores de su trama; la he releído; no me parece
una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”.
Borges y Bioy Casares
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