La revista Humo(r) y Jorge Garayoa
En 1978, año
del mundial de fútbol en Argentina, a dos años del golpe de Estado perpetrado
por lo que fue la más nefasta dictadura cívico-militar en nuestro país, había
muy poco que un adolescente pudiera hacer por desarrollar líneas de pensamiento
importantes, al menos interesantes, hacerse de una visión filosófica de la
vida, de la realidad y del mundo, de sí mismo, siendo que todo o el mejor material que
pudiera servir como herramienta para ello –libros, películas, discos– estaba prohibido.
En aquel
entonces, con 14 años de edad, yo me volaba la cabeza leyendo a Jorge Luis
Borges, apenas entendiéndolo de manera racional, pero descubriendo e intuyendo
todo un cosmos de posibilidades filosóficas y dialécticas que me permitían
vislumbrar el potencial cosmogónico de las posibilidades imaginativas y
especulativas que puede conllevar el ser humano. Para decirlo más simplemente, a los 14 años de edad yo quería
saber pensar como Borges.
Había muy
poco en aquella época que un chico de esa edad pudiera hacer al respecto, vuelvo
a decir. Yo me las arreglaba además leyendo cada título de la colección de
ciencia ficción y fantasía de la Editorial Minotauro, autores tales como Ray
Bradbury, Brian Aldiss, Olaf Stapledon; luego, escuchaba los discos de Serú
Girán y Jade, las bandas respectivas entonces de Charly García y Luis Spinetta;
había poco más, León Gieco, por caso, pero lo sublime en posibilidades de
pensamiento, de imaginación y especulación estaba en aquellos primeros nombres
que he dado. A mí no me alcanzaba con León Gieco, quiero decir.
Julio
Cortázar estaba prohibido, no creo haber empezado a leerle sino hacia 1983,
hacia el final de la dictadura. Para colmo de males soy hijo de un policía
golpista, ya bastante trabajo me daba meter un disco de los Beatles a mi casa.
Pero en
aquellos días o meses cercanos al mundial de fútbol, poco antes o después,
ahora no recuerdo, aparece de pronto en los puestos de diarios una nueva
revista, Humor Registrado, Humor ®, o como mejor llegara pronto a
popularizarse, simplemente, “la Humor”.
Se trataba
del derivado de otra revista, Satiricón, que unos cinco años antes, durante el
último gobierno de Perón –o ya el de su esposa, no recuerdo– había salido a la
venta para desaparecer, creo, poco antes del golpe. A los diez años de edad, en alguna parte yo había visto una vez un
número de esta revista, y recuerdo que por primera vez en mi vida fue allí que
vi una “mala palabra”, una grosería, impresa y publicada, era la palabra “mierda”.
Tengo una anécdota al respecto. Hasta entonces yo no sabía ni que las malas
palabras pudieran escribirse. Fue tan portentoso mi descubrimiento entonces
que no pude evitar tomar una hoja en blanco y llenarla de groserías. Lo terrible
fue cuando mis padres la descubrieron, por poco me llevan a hacer terapia.
La revista
Humor, como su predecesora, presentaba un conjunto de historietas y de notas
periodísticas, algún reportaje, algunas secciones fijas, como el título lo
indica, siempre desde un punto de vista humorístico. He leído por ahí que
comenzó con un estilo de humor más bien costumbrista, y que luego se habría ido
politizando con el correr de los años. Si bien yo comencé a leerla desde los
primeros números, es algo que no recuerdo. Para mí Humor siempre fue política y
costumbrista.
Con los años
la revista (y la editorial que la publicaba, La Urraca) fueron creciendo, la
revista pasó de mensual a quincenal, cambió el staff, aparecieron otras
publicaciones derivadas de la primera, pero yo ahora es de aquellos primeros
años que quiero referirme.
Entre las
historietas que se publicaban estaba La Clínica del Doctor Cureta, de Ceo y
Meiji, el formidable Boogie, el Aceitoso, de Roberto Fontanarrosa, y la
antológica Las Puertitas del Sr. López, de Carlos Trillo y Horacio Altuna.
Luego, entre
sus columnistas, estaban Alejandro Dolina, Juan Sasturain, Carlos Abrevaya,
Hugo Paredero, entre otros. Y también estaba Jorge Garayoa.
Entre estos,
los redactores, los había quienes ya tenían algún grado de reconocimiento
público, y los que recién empezaban –por caso, Dolina y Garayoa– pero antes de continuar,
me gustaría contarles cómo fue que yo llegué a la lectura de esta revista.
Tuvo una
gran repercusión apenas salió y, como ya dije, mi padre era golpista, así que a
mí no me iba a ser fácilmente permitido comprar semejante publicación. Pero a media
cuadra de mi casa tenía a un vecino y amigo de mi edad, Marcos, cuya familia sí
la comparaba. Íbamos cada mañana juntos al colegio, y un día él me contó que en
su casa habían empezado a comprarla. Quedamos que después del mediodía iría a
su casa, a leerla juntos.
A partir de
entonces construimos la mística de sentarnos en el patio de su casa, hiciera
frío o lloviese, a leer la revista cada vez que salía un nuevo número. La leíamos
completamente pero nunca lo hacíamos de manera secuenciada, lineal, sino que
primero íbamos a nuestras secciones favoritas, que por casualidad eran las
mismas para los dos.
Lo que más
nos gustaba de la revista, recuerdo, era la historieta de Las Puertitas del Sr.
López, y las columnas de Jorge Garayoa, que si mal no recuerdo siempre estaban éstas
en las primeras páginas. La revista era bastante pareja me parece en cuanto a extensión
y presentación de los textos, de los más consagrados y por entonces los menos
conocidos. Las columnas de artículos presentaban una pequeña foto del autor
sobre la firma.
Recuerdo
entonces que Garayoa era nuestro favorito, incluso en contra de Dolina, a quien
le teníamos alguna suerte de aversión, porque mientras que el primero ya en su
foto aparecía sonriente y campechano, además de por sus textos siempre
coloquiales sobre los temas más cotidianos, Dolina ya aparecía en su foto en
pose y en sus textos con las primeras improntas de lo que luego serían sus
Crónicas del Ángel Gris, algo que nos parecía por demás de pretensioso.
Con Garayoa,
a mí particularmente me pasó algo parecido a aquello respecto de la Satiricón
y la posibilidad de escribir insultos y groserías. Con Garayoa yo aprendí que
se podía escribir con humor y desde el humor. Fue mi primer acercamiento al
texto humorístico per se, con ese único motivo que tiene el reírnos de nosotros
mismos y de la realidad cotidiana en la que estamos inmersos.
Hoy yo sigo
escribiendo mis cosas, algo que desde siempre he hecho, tengo mis libros
publicados, y sin llegar a considerarme un humorista, el humor como herramienta
y punto de vista filosófico siempre está presente en cada cosa que hago. Yo no
puedo medir qué grado de influencia podrá haber en mi escritura, de Borges, de
aquellos autores de la Editorial Minotauro, o de Jorge Garayoa. Pero lo cierto
es que yo no sabía que el texto humorístico existía, hasta no arribar a sus
columnas.
Por sobre
todas las cosas, qué difícil hubiera sido mi adolescencia sin Borges, sin
Charly, sin Spinetta y sin Jorge Garayoa. Había más autores muy buenos, pero a
mí no me alcanzaban. Yo necesitaba a estos. A Julio Cortázar, un genio del
texto humorístico, recién llegué a leerlo en 1983, hasta entonces estaba
prohibido, y no hubiera sido lo mismo sin leer primero a Garayoa.
Un día Jorge
desapareció de la revista Humor, de un número para el otro y sin decir agua va;
no recuerdo que nadie lo despidiera, quizás me equivoco. Fue toda una frustración
para Marcos y para mí un día abrir la revista y no encontrar su columna. Para nosotros,
la revista Humor ya no volvió a ser lo mismo.
Salpicadamente,
en los años que siguieron fui sabiendo pocas cosas de él, que escribió el guión
de la película sobre el Doctor Cureta, que aparecía alguno de sus libros, pero
un día llegué a olvidarme de Jorge.
A los 47
años de edad vuelvo a reencontrarlo en Facebook, tan sonriente y campechano
como la primera vez, publicando sus textos sólidos, ahora más maduros, y su versión
remozada de Los Insufribles…
Yo no sé si
un escritor puede alguna vez llegar a saber su alcance, lo que puede llegar a
representar en uno o varios de sus lectores, a menos que se produzca un
encuentro como éste.
Gracias,
Jorge Garayoa, por vos mi vida fue mucho más fácil.
Aunque yo para entonces ya tenía 24, me has refrescado toda una época. Leer la Humor era para entonces, mostrarse a uno mismo que se podía vencer el silencioso manto de la autocensura. Gracias Roberto.
ResponderEliminarTal cual vos lo decís. Gracias a vos por la atención y por comentar, Armando.
ResponderEliminarQué buen blog. Y buen recuerdo la HUMOR. A mí, como extranjero llegado a Bs As allá por el 80-81, me impactó la revista; cuando vi una tapa por primera vez en un kiosko me desconcertó un poco, pero al leerla fui encontrando muchos puntos de contacto pues siempre me gustó la ironía, acá en El Salvador leía la MAD, por ejemplo, pero Humor fue un choque tremendo, porque muchas veces pensaba "Pucha, qué lucidez estos tipos y qué huevos...", hablaban de la realidad, del entorno, en fin...y para colmo me hacían cagar de la risa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es verdad, Carlos, seguramente lo más parecido a la HUMOR que ha habido fuera del país fue la MAD.
ResponderEliminarMe hiciste recordar que acá también llegaba la edición en español de esa revista, yo llegué a ver algunos números antes de la dictadura. Supongo que después la habrán prohibido. Un abrazo.