Maneras de escribir una novela


Hay por lo menos dos, hay escritores que parten de una situación inicial, para sentarse a escribir, y otros – entre quienes me incluyo – no lo hacemos, hasta no tener por lo menos los trazos generales del desarrollo de la historia, en la mente. Es decir, el escritor “situacional” se sienta a describir una primera escena, sin la menor idea, quizás, de qué es lo que se derivará de ahí. En cambio, un escritor más argumental lo hará con el inicio, desarrollo (y algunas ramificaciones, quizás) y final (o por lo menos varias posibilidades entre varios finales), en la mente.
El otro día oí hablar al escritor Juan Saturain, en el programa de TV Puerto Cultura, de canal 9 de Buenos Aires, describiéndose a sí mismo como a un escritor situacional, y diciendo que la falla en escribir de otra forma, la historia “de corrido”, radica en que más tarde o temprano el desarrollo se vuelve previsible, uno empieza a adivinar más o menos en qué capítulos, a qué altura del libro reaparecerán personajes desaparecidos en algunos de los primeros, y que luego también a toda la historia se le notan “los costurones”, entre unas situaciones y otras, como si estos pasos resultaran forzados o metidos a presión, luego de haberse desarrollado la historia hasta el fin.
A mí Saturain me merece mucho respeto y le tengo un enorme cariño, y sé que en muchos casos se da lo que él describe, pero no creo que lo sea en todos, como tampoco creo que la perspectiva situacional sea el método de escritura infalible, si bien, como Sasturain mismo, hay excelentes casos de ello.
Yo creo particularmente que nadie elige la forma en que se va a sentar a escribir – a menos que se desee experimentar con la que le es ajena – precisamente, porque cada escritor responde a la manera que le es natural a su temperamento, a su estructura, a sus posibilidades y limitaciones.
Personalmente, yo decido escribir una novela, cuando una situación dada me dispara automáticamente, casi diría, toda una serie de asociaciones e imaginaciones que se desarrollan y se constituyen en una historia; seguramente en el primer estadio no se trata de más que de un bosquejo, pero entonces ya necesito sentarme a pasarlo en letras, hasta terminarlo.
Si una situación se me presenta como un cuadro, es decir, sin dinámica directa, sin desarrollo ulterior, acabada en sí misma, a lo sumo podré escribir un poema, pero no puedo sentarme a esperar a que me aparezca otra escena en condiciones similares, para incluso tener que ver cómo se conecta con la primera, que es lo que hacen los novelistas situacionales.
Esto no es una crítica a esta forma de escritura, Rayuela, de Julio Cortázar, está escrita en base a situaciones interconectadas, donde no hay una linealidad discursiva de la historia; en esta novela, la historia se infiere, no se relata. Y está demás decir que Rayuela me encanta.
Pero del mismo modo que me fascina el Moby Dick de Melville, o cualquiera de sus novelas, o de las de Kafka o Dostoievski, que escribían de manera lineal y discursiva; es decir, no se puede decir que un método sea mejor que el otro; todo lo más, hay buenos y malos escritores, en cualquiera de las formas.
He puesto en Rayuela un ejemplo de resultado de una novela situacional, bien escrita. Escribir una novela, de esta forma, se me semeja parecido a completar un cubo de Rubik, desde su inicio descompuesto. Cuando el proceso se completa bien, es mágico.
Luego, hay escritores que dejan su cubo – su novela – a medio completar, o apenas sugiriendo la casi resolución del juego, o como un rompecabezas sin mucho sentido. Agatha Christie iniciaba sus novelas con una situación, un cadáver, un detective o policía, y diez sospechosos del crimen. Luego, de manera caprichosa, en el último capítulo podía aparecer un último personaje, el asesino, y toda una serie de justificativos y explicaciones, más o menos ingeniosos, más o menos caprichosos, con los que cerraba sus historias. Convengamos que Christie tenía muy buenas novelas, en su género, al lado de otras deplorables, o al menos de dudoso buen gusto.
                Es cierto por otra parte el riesgo de la previsibilidad y de “los costurones”, que advierte Sasturain, para la otra forma de escritura. En todo caso, para ambas formas, solo se soluciona esto con corregir, corregir y corregir.
                En la mayor parte de los casos, creo que todo escritor debe saber tomar su primer escrito como a un simple borrador, al que debe saber tomar también como punto de partida, para elaborarlo, desarrollarlo, sofisticarlo. A lo sumo, si ha trabajado la primera escritura con cuidado, no deberá quitar nada, sí agregar mucho; resolver “los costurones”, maquillarlos al menos, cuando no se pueda.
                Luego de escribir el primer borrador, hay que saber poner la mente en frío, apaciguar la ansiedad de ver la obra consumada y lista para ser publicada. Narrar una historia puede llevar solo un mes, pero trabajarla puede requerir no menos de un año, hablando de un libro de no muchas páginas, y trabajando no menos de seis horas diarias y sin interrupciones.

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