Las posiciones políticas como cuadros patológicos

Cada vez me convenzo más en que, al menos entre los ciudadanos comunes, nuestras posiciones políticas, incluso, político-partidarias, obedecen más a un verdadero cuadro patológico que padecemos antes que a una verdadera y asumida postura ideológica, entendiendo este concepto como a un modelo o estructura sistémica de ideas, de lo que pudiera llegar a ser.
Vivimos diciendo que las de los actuales políticos – funcionarios, dirigentes, punteros – se ajustan a meros intereses económicos, corporativos y de cualquier forma que conlleve detentar el poder, o disfrutar de sus migajas.
Pero esto último no sería posible sin lo primero. En una sociedad donde mayoritariamente se enarbolaran y sostuvieran ideales e ideas largamente reflexionadas, requiriendo su atención, es decir, donde se establecieran filosofías de vida, maneras de ver y entender a la realidad y al mundo, por encontradas entre sí que fueran esas visiones, esas filosofías, resultaría imposible que líderes y referentes político-sociales combinaran las alianzas espantosas a las que nos tienen acostumbrados, incurrieran en las contradicciones lastimosas fácilmente de establecer, ni se mostraran demagogos y rastreros, mendigos de miserias, payasescos adalides de supuestos patriotismos de cartón, en realidad buscando sus quince minutos de fama, en cualquier reality show.
La gente común reaccionamos ante los hechos y las especulaciones, respondiendo a nuestras naturalezas más básicas, a nuestros condicionamientos, a nuestros traumas, a las programaciones a las que hemos sido sometidos por años, desde la TV y las tapas de los periódicos, los que establecen la actualidad y jerarquía de los temas a tratar en el día, que si el lunes corresponde al tema de la inseguridad, el miércoles a las corridas bancarias y el viernes al índice del INDEC, y esto, sin que hayamos jamás cultivado el menor pensamiento, respecto de la realidad que nos toca vivir, prefiriendo embotarnos la mente atendiendo ofertas peor que distractivas, estúpidamente abstrusas. La agenda solo se rompe ante la eventual muerte de un famoso o el suceso de una catástrofe natural o consentida, pero para ser retomada 24 o 48 hs más tarde.
No somos de derecha ni de izquierda por elección o criterio propio; hablo de nosotros, “la masa”; por lo demás, siempre hay excepciones que confirman las reglas.
Todos sabemos que estamos más o menos sometidos a este sistema, que más o menos nos integra, que más o menos nos tiene desintegrados, que nos brinda un grado de pertenencia y de seguridad siempre y en todos los casos, peligrosa y caprichosamente inestable, fluctuante, dependiente de alzas y bajas en las Bolsas, y otras porquerías por el estilo.
Pero es algo de lo que no hablamos, es un tema tabú. Antes, pretendemos considerarnos y exhibirnos como verdaderos librepensadores; verdaderos liberales y libertinos, llegado el caso, hasta la procacidad, y lo paradójico – o lo contradictorio – es que generalmente esto se hace adhiriendo a alguna consigna o producto ofrecido por el sistema, a un precio que inclusive nos agrada pagar. Por decir, te comprás el último blackberry, y automáticamente te convertís en el último referente de la moda actual, y a eso añadile vestimenta adecuada, el pasearte por los sitios físicos o virtuales “de onda”; comprar, alquilar, presupuestar tus próximas dietas y gyms, de acá hasta el juicio final. Si llegás a dar el “piné” para V.I.P, bingo.
Otros, por el contrario, se aferrarán con uñas y dientes a tradiciones, usos y costumbres impuestos por sus ancestros – ya no por sus contemporáneos – y eso les dará la ilusión frágil de algún grado mayor de propiedad. Son los que se consideran “los serios” de la historia. Todos los demás son esnobs, banales, foráneos e irresponsables, y aunque algún grado de verdad haya en eso, no deja de ser una conclusión de origen reactivo.
En ambos grupos la capacidad crítica, autocrítica, reflexiva y de análisis, no existe. Cada cual reacciona a las impresiones y modificaciones percibidas del medio, de la manera que puede o le sale.
No faltan los tuertos entre los ciegos, desde ya, que intentan “surfear” esta realidad descrita, con mayor cintura y agilidad, viendo cómo los demás se bambolean como dentro de una coctelera. Son los que en cualquier charla o discusión de ribetes socio-políticos y/o económicos, se definen como gente “de centro”; ¿de qué centro?, me pregunto yo. Luego los demás, en todo caso, los definirán por sí mismos, como de centro-izquierda o de centro-derecha (se permiten usar tarjeta de crédito los primeros, hacen beneficencia entre los pobres los segundos).
Pero esta gente así autodenominada como “de centro”, son los exponentes más concretos de todo lo que aquí se dice, acerca de la verdadera patología en las supuestas posiciones ideológicas, y esto no más ver, en cuanto las papas empiezan a quemarse.
Se puede ser más o menos materialista, más o menos espiritualista o naturista, pero quien se pretende “de centro”, se pretende a su vez, objetivamente ecuánime ante las dos opciones, mejor dicho (de nuevo), las dos tendencias básicas e instintivas del ser humano.
Recuerdo una película, de la década de los ’70, creo, La Decisión de Sophie, de Alan Pakula y con Meryl Streep, que narra la historia de una mujer en un campo de concentración nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, que en determinado momento, y por un capricho de uno de los jerarcas alemanes, debe optar por el sacrificio real de uno de sus hijos. Y en medio de su trance, la mujer decide, elige por la vida de uno de sus dos hijos. Luego, claro, la mujer tuvo que vivir con eso por el resto de su vida.
Esa película fue multipremiada en todo el mundo, y durante mucho tiempo se tomó al personaje de Sophie, como al ejemplo de la abnegación y la fortaleza de una madre, que ante la posibilidad de pérdida del todo, sacrifica una parte…
En realidad, pobre mujer, Sophie no tuvo mayor voluntad ni claridad de consciencia, más que los de cualquiera de los grupos que he descrito anteriormente. Simplemente, reaccionó al medio ambiente. Porque alguien con algún tipo de convicción profunda, del tipo que fuere, con un mínimo de idea acerca de lo que es la realidad y de lo que es la vida, y la progenie, jamás hubiera aceptado volverse cómplice del poder enloquecido que personificaba aquel asesino. El sometimiento no necesariamente implica hacerse responsable de los desmanes ajenos, además que, de hacerlo, de hacerse cómplice, los legitima, perdiéndose ya para siempre la distinción entre víctima y victimario, para pasar ya todo a ser una sola y misma cosa: Basura.
No siempre el todo justifica el sacrificio de alguna parte, quiero decir, aún cuando ese todo sea la vida misma. También la vida tiene un precio, un valor, a menos que se considere al respirar como requisito mínimo del vivir, casi en las condiciones de una ameba.
De este modo, no es difícil llegar desde el modelo “Sophie”, al de “Sex & The City”, por ejemplo; también los personajes de esta última serie es gente que se ensucia en los calzones ante los verdaderos embates de la vida.

Comentarios

  1. Querido Langella, un análisis muy descriptivo que aplica a la realidad que vivimos en diferentes países. Ese desencanto, hipocresía, banalidad, derroche, pobreza (tanto monetaria como de espíritu) y egolatría, tanto de los grupos políticos como sociales, permea y a la vez nos hace mella, nos cansa y nos envilece, y por otra parte tu artículo nos da una bofeteada de realidad para despertar del aturdimiento en que continuamente estamos inmersos.

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  2. Bueno, en general, espero no se sientan tan abofeteados, como conmovidos, o conmocionados. Yo creo que darse cuenta de "las ilusiones" en las que vivimos enfrascados, es el principio de algo importante (hablo de ilusiones en el sentido de flasedad, no de anhelos).
    Gracias por tu comentario, querida Mayrita!

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