La mejor manera de derribar un gobierno

No es acusándolo de fascismo ni de censor, ni desprestigiándolo en nada respecto de lo que haga; ni poniendo palos en la rueda ni dejando de otorgarle un presupuesto desde el Parlamento que se desestabiliza y finalmente se derroca un gobierno.
No, es, en principio, idiotizando a su pueblo que se lo hace. Banalizando los medios de comunicación so pretexto de ejercer libertad de expresión, planteando ficciones inverosímiles, nada representativas, ofreciendo “testimonios” incongruentes y poco realistas, convenciendo de padecer crisis ajenas, que se lo hace. Es alentando a salir a comprar dólares a caudales para ir a meterlos bajo el colchón como se desestabiliza, e infiltrando a partidarios “de la primera hora” pero a quienes nunca les hemos visto la cara, y que vienen a contarnos una rara versión de la historia, como si nosotros no la hubiéramos vivido, que lo hacen.
Es reconociendo nuestra victoria e intentando insuflarnos de exitismo que lo hacen; luego de eso viene el “divide y reinarás”.
Cuando cae la primera línea de las fuerzas oponentes, quedamos entonces enfrentados al verdadero poder, el de aquellos a quienes nunca hemos visto sus caras.
La construcción y el ascenso siempre demandan tiempos, que a veces son inconmensurables. En cambio, para la destrucción y el descenso o la caída, sobran a veces las horas de un día.
Cuando la guerra termine habrá que desmontar los bastiones de lucha, o los mismos deberán cambiar de modalidad y cometido, y tendremos que ponernos a pensar qué hacer con nuestros guerreros, con aquellos que viven de luchar, y que quizás no sepan hacer otra cosa.
Habrá que saber pagar a algunos por los servicios prestados, si es que no estuvieron realmente comprometidos con la causa. Habrá que no perder de vista el propio origen y recordar la historia, por fresca que sea, desde su mismo comienzo y en las condiciones en que fue dada.
Porque muchos ahora se pasarán a nuestras filas, reconociendo apenas el haber tardado en convencerse, para pronto pretender compartirnos sus valores, apelando a una ciclicidad y una perioricidad en el transcurso de los momentos históricos, y en la certeza de que todo lo que sube algún día tiene que bajar; todo lo que entra algún día tendrá que salir.
Pero quizás sea éste uno de esos momentos históricos de coyuntura, de una real superación del estadio anterior, porque la verdad es que ellos están realmente debilitados, agonizantes en una visión devastada del mundo, del mundo de ellos, no del nuestro, y sin tener ya más nada que ofrecer, ni una promesa que hacer, que es por ello por lo que vienen ahora a sumarse a nuestra fuerza.

(escrito el 27 de octubre, en el primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner).

Agregado del 29/12/11: Me sorprende también hallar cuánta gente hay que vive despotricando contra la política y los políticos, contra las leyes, contra la justicia y la injusticia (una sostiene a la otra), a la vez que no proponen nada a cambio, y que estoy seguro, quemarían en hogueras en las plazas públicas al primer anarquista que se les cruzara en el camino.
Luego, son los primeros en vaciar góndolas de supermercados en períodos de recesión, los primeros en juntar sus ahorros en colchones, los primeros en sentir asco ante la presencia de un pobre o de un inmigrante.
Son los que extrañan a las dictaduras militares y los Golpes de Estado; son los que en su momento los pidieron a gritos, o son los hijos de estos.
Se enojan con el mundo en que vivimos, del mismo modo que se enojan por la presunta presencia o la presunta ausencia de Dios. Es decir, se enojan como niñitos encaprichados.
Soy Roberto Langella, tengo 47 años de edad (ni más ni menos), y soy demócrata.

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